Cueva

Esta obra comienza su andadura en la Cueva de los Nadadores, que Ladislaus Almásy encuentra por casualidad en 1933 en medio del Desierto Líbico (Gran Mar de Arena), buscando el oasis de Zarzura. La cueva se localiza en un lugar que hace miles de años estaba repleto de agua y vegetación. 


Sobre la piedra arenisca rojiza se perfilan los contornos descoloridos de diversas figuras. En las imágenes se reconocen representaciones esquemáticas de animales –jirafas, un perro, un avestruz– y también de hombres moviéndose y en grupo. A ellos se suman unos trazos de seres humanos más pequeños en posturas sorprendentes: el cuerpo en posición horizontal, los brazos y las piernas extendidos como si flotaran en una materia de consistencia invisible.


Preparación del taller. El palacio de los vientos: espacios de huella e identidad.
Se partirá de la lectura de la novela El paciente inglés de Michael Ondaatje, Premio Booker de 1992 (versión española Plaza & Janés, 1995) y de su versión cinematográfica, dirigida por Anthony Minghella en 1996, ganadora de 9 Oscars, en la que la reflexión sobre el amor, la soledad, el territorio y la muerte tienen un intenso protagonismo en la cueva de Wadi Sora. Una obra de arte (película) genera otra nueva, que a su vez ya es una interpretación de una novela.

Sin embargo, el origen se encuentra en los Nueve libros de historia de Herodoto, que seducen a Almásy y le llevan a adentrarse en el desierto en busca de Zarzura, el oasis perdido que permanece en la memoria de los moradores del desierto. A su vez, Michael Ondaatje basa su novela en el libro Nadadores en el desierto a la búsqueda del oasis de Zarzura, en el que Almásy relata sus vivencias y descubrimientos. Y por último, es Anthony Minghella el que recupera el texto de Ondaatje para su película. Es interesante constatar cómo se van expandiendo a modo de red interconectada las múltiples interpretaciones, pasando del texto a las imágenes, para ahora, nosotros, generar nuevas imágenes y sonidos que serán utilizados para crear una obra colectiva.

En el siguiente texto vemos ambas versiones de un mismo momento, en el que el director de cine hace una interpretación del libro de Minghella:
"Amor mío, te sigo esperando. ¿Cuánto dura un día en la oscuridad? ¿Una semana? El fuego se ha apagado y empiezo a sentir un frío espantoso. Debería arrastrarme al exterior pero entonces me abrasaría el sol. Temo malgastar la luz mirando las pinturas y escribiendo estas palabras. Morimos, morimos, morimos ricos en amantes y tribus y sabores que degustamos en cuerpos en que nos sumergimos como si nadáramos en un río. Miedos en los que nos escondimos como esta triste gruta. Quiero todas esas marcas en mi cuerpo. Nosotros somos los países auténticos, no las fronteras marcadas en los mapas con los nombres de hombres poderosos. Sé que vendrás y me llevarás al palacio de los vientos. Solo eso he deseado, recorrer un lugar como ese contigo. Con nuestros amigos, una tierra sin mapas. La lámpara se ha apagado y estoy escribiendo a oscuras". (Anthony Minghella dir. “El Paciente Inglés”, 1996)
"Y todos los nombres de las tribus, los nómadas de la fe que caminaban en la monotonía del desierto y veían claridad, fe y color, de igual modo que una piedra o una caja de metal hallada o un hueso pueden llegar a ser objetos de amor y volverse eternos en una plegaria. La gloria del país en el que ella estaba entrando y del que pasaba a formar parte. Morimos con un rico bagaje de amantes y tribus, sabores que hemos gustado, cuerpos en los que nos hemos zambullido y que hemos recorrido a nado, como si fueran ríos de sabiduría, personajes a los que hemos trepado como si fuesen árboles, miedos en los que nos hemos ocultado, como en cuevas. Deseo que todo eso esté inscrito en mi cuerpo, cuando muera. Creo en semejante cartografía: las inscripciones de la naturaleza y no las simples etiquetas que nos ponemos en un mapa, como los nombres de los hombres y las mujeres ricos en ciertos edificios. Somos historias comunales, libros comunales. No pertenecemos a nadie ni somos monógamos en nuestro gusto y experiencia. Lo único que yo deseaba era caminar por una tierra sin mapas". (Ondaatje, 1995: 112).
Nos interesa en esa aproximación a la Cueva de los Nadadores, conjugar los límites físicos con los (aparentemente) inexistentes en la red. Se genera un espacio virtual. Las huellas del viento en las dunas son nuestras venas, las líneas de la mano. La piel. Podemos explorar otros lugares desde nuestro sofá, viajar y descubrir territorios que albergan historias sobre nosotros mismos. Comienza nuestra expedición.

Exploración virtual en Google Earth

Hoy el territorio es visible desde Google Earth, podemos visitar virtualmente lugares inaccesibles, consumando nuestra condición de “viajeros en casa”. Internet nos facilita el acceso a textos, fotografías e imágenes en movimiento y nosotros podemos imaginarnos en lugares y trazar coordenadas, hacer nuestras referencias y fundirnos con las vivencias de otros, trasladarlas a un espacio próximo y generar nuestras propias cartografías.

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